Para trascender basta sólo un momento,
aunque los caprichos del éxito pueden llevar a la muerte,
cuando existe todo o nada,
los límites de la bipolaridad,
no se comparan a los peligros de la 54 street.
Con la música pegada en los nervios,
golpeabas rudamente el bajo
o acariciabas las melodías,
con tus vecinos oyendo Funkees,
traficando drogas y chicas.
Apostaste el Fender por un disco y algunos dólares
en un partido de basket.
Llevabas el secreto del África,
protegido entre pandilleros y maleantes.
Ningún intruso se atrevía a hacer ruido,
sólo las patrullas y ambulancias o la tormenta.
Ojalá el Santana no te hubiese corrido a patadas,
cuando ya tenías apuestas por pagar,
mientras confundías el aquamarine con la brisa.
Repentinamente nos dejaste por las estrellas,
que un artista marcial esculpió un 2 de abril
entre las luces de los bares y las sirenas.
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