que golpeaba los techos de zinc en la noche.
El camino sin nombre de un pueblo.
Los feriados de semana santa,
sólo a ratos sentíamos
el silencio
entrando en la vibración
que ahora nos arrastra.
Pero torcemos el aliento
oculto detrás de una palabra.
Y terminamos el uno
buscándose en la mirada
del otro. Solos,
como animitas a la orilla del camino
nos abandonamos sin comprometer al tiempo
en ello.
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