FRONTERA SUR

Desde esta casa antigua tan ajena a esas otras, de Rolando Cárdenas

(Punta Arenas, 1933)







En cada cosa inmóvil en la noche
está ese tiempo inmemorial
que me devora como un fruto extraño,
más que un antiguo sueño rezagado en la sangre
en que es difícil distinguir los rostros
y en su anillo difuso nos envuelve,
nos destruye y nos alimenta.

Sin saberlo hemos vivido atentos a ese rumor
del que emergiste extranjera y pensativa,
extendida junto a mí como una gran llanura blanca
de regreso a mi origen meridional y tenso,
recuperado parte de ese espacio desconocido
desde esta casa antigua tan ajena a esas otras,
con mis rasgos heredados que eran al propio tiempo los tuyos,
en que no me sorprendo de tu boca que ahora me llama,
ni de tus manos abiertas,
ni de tu gesto
que no te esconden ni te alejan.

Las palabras fueron hechas para esa lámpara de las sombras
que revelaron tu isla tallada en milenaria cancagua
hasta ser tierra derramada violentamente al sol.

Supe de la primera vez que viste florecer los muermos,
de tus ojos por las olas más altas y sonoras
en su peregrinaje sobre el mar,
del retorno incierto de las embarcaciones del alba
cruzando dulcemente los canales chilotes
y arriba el vuelo amplio de los cheyes.

De tan atrás de esos muros,
como un recuerdo dentro de otro más fecundo,
el arco iris y su curva silenciosa
sobre las islas de las tardes rojas
con ese claro juego de la luz y el agua como único rastro,
el rodar de las piedras por las colinas,
terruños donde los parientes lejanos viven sin prisa, taciturnos,
donde las tempestades armonizan a los hombres.

Esta tierra neutral que nos amarra
nos ha ido transformando lentamente:
tengo un rostro desconocido que no recuerdo,
estás con un pañuelo de aldeana frente al río
riendo fuerte y segura bajo el sol
y no puedo sino pensar en los tuyos o los míos
con negros rebozos entregadas sin fatigas a sus faenas,
estás sin tu infancia
temiendo a los pequeños y rosados gusanos de las siembras.
Soy en cambio,
el que en cada pliegue del día o la noche ve tu rostro,
las sombras reunidas o todos los inviernos
en el centro de esa transparencia,
humedecido corazón
en el que nunca habitaré.

No pesa la noche
convertido en un fantasma más entre estas paredes.
alguien con la certeza de haber respirado tu proximidad
por esa orilla distante donde callas,
casi ausente en la actitud del cielo más profundo,
iluminada nieve cubriendo una tierra obscura.

Absolutos e idénticos después de reconocernos
ante esa puerta que nadie más puede franquear
donde te continúas en otros tantos silencios,
aquel que se devuelve de su sueño
con la ternura con que quiere decir un nombre
es el único que puede dejar en tus manos
"este vaso con agua de la flor del yatui para el olvido".


En Poemas Migratorios, 1974.





Nota del autor: La frase con que finaliza: "este vaso con agua de la flor del yatui para el olvido" está tomada de la novela "El camino de la ballena", de Francisco Coloane. El yatui es una planta usada por los brujos chilotes en sus maleficios, que crece dentro de las calaveras y, al dársela de beber a los vivos, borra de sus mentes todo pensamiento.




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