Las montañas guardaron sus voces
y me devolvieron pequeñas estrofas
de cantos antiguos en alas de mariposas azules
y en sueños de pitonisas inmensamente locas,
fatales, carnales, mortales, inmortales,
clandestinas, rojas, negras, blancas, amarillas,
que montan cuervos gigantes y vuelan en círculos
rojos en la otra línea de la noche.
No beses en sus ojos a las diosas -me gritan confundidas-
verás como la muerte desangra a los poetas
que graban signos en la piedra
y beben sangre de corderos blancos en el rito del amor.
Vuela con nosotras en la noche y recoge un trozo de tus letras.
Escribiremos versos y dibujaremos lunas copulando con el sol
antes que las flores reclamen tu nombre.
Busco a la rosa de mis vientos y mis aguas;
a mi paso, los guerreros caminaban cabizbajos
y se refugian en canciones rancheras camino al cementerio.
Y qué importa que los perros ladren a mi paso
si el río sigue cantando
y la rosa me envuelve en su miel brillante y silvestre
y hacemos el amor
en el altar sagrado de mi pueblo
engendrando poesía y poesía.
El mundo es distinto desde arriba
cuando se está cerca de Dios.
En La memoria iluminada:
poesía mapuche contemporánea, 2007
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