a Patricia Contreras
El corazón es un rugido
de una legión de bestias agonizantes.
Tiemblan las colas de zorro en las sombras,
y el hálito de los animales muertos
escarcha el ramaje torcido de los notros.
Ella camina por las piedras grises,
como el alma que escapa de la tumba,
y arrastra la neurosis del futuro.
Los ojos perdidos en los cerros,
el estruendo del agua contra las rocas,
el cielo es una imagen invertida
que repiten el dialecto de la montaña,
y aúllan en las noches el silencio
del caminante condenado hacia el sepulcro.
Cuando ella abraza las piedras frías,
se funde al lamento eterno de lo oscuro.
En las noches se escucha el silbido
y el quejido de una roca que respira.
Las ancianas cuentan a los niños
de la mujer enferma que se fundió en las piedras,
ellos la buscan en el roquerío,
absortos en la oscuridad lagrimeante.
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