Destilamos el día
entre ramas de mañío, canelo, coigües
el siglo que se iba en un hilillo de luz
destilamos
un acto de alquimia en medio del silencio cavado
entre el moribundo calor de la tarde y la construcción del sendero
destilamos
la última gota de un año seco que fue a parar a la fogata
junto con los desaciertos de la biografía personal
ascendimos
destilando en las camisetas el rencor acumulado
vimos caer el último sol en mil años y bajamos con linternas para hallar
el destino
oler el polvo, el suelo, besar sus piedras
hurgando, husmeando levantarle el tejido al día
recorrer sus cisuras, soplar entre sus rendijas,
estarse quietito allí,
como dormido,
para alzar -de pronto- la vista del libro
y asegurarse de que ya no moriremos esa noche
(conociendo, lamiéndolo todo
la existencia un día más, sólo uno)
atrás
la ciudad azul
destilaba gota a gota el atardecer que escurría junto al miedo
de bajar –más tarde- por el túnel.
furtivos saltos, carrera de asesinos perseguidos por linternas y perros
apurar el relato como el paso para espantar los muertos del siglo que,
ahora,
agónico,
sólo goteaba
alcanzar el campo que cruzamos imprecisos como a la memoria
cuyos senderos escogemos arbitrariamente para alcanzar el campamento
-el frenético sonido de la hierba rozándonos las piernas-
y,
al fin,
el nicho perfecto,
el nido horizontal donde deslizar el sueño
y el amargo champagne copando el aliento
la ilusión de despertar en cero, cero y
cero.
En Orillas de Tránsito, 2003
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