(Freire, 1978)
Como un aliento de perro moribundo él vaga por las cantinas
en que nunca ha deseado estar. Siempre alerta para intentar el escape,
se corona día a día al fondo de una bodega o un corral
que el ganado ya no respeta. Al interior de sus ojos no acepta
presencia de dios alguno, si apenas aguanta la propia a
regañadientes.
Con las manos en los bolsillos tantea en busca de algún
escondrijo;
le bastará sólo uno para olvidarse a sí mismo y marcharse
sin siquiera decir “adiós a todos” o “adiós a nadie”.
En Papeles de la Villa Hostil, 1999
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