y no consigo darle un nombre, pero sé
que estás ahí, aguardándome, a la vuelta de la esquina,
maquinando una estrategia,
un modo secreto de abordarme,
aunque nada te cuesta, bien lo sabes,
rendir mis ansias de noche y de luz
y, luego, esos gestos, esa seña,
eso tan propio tuyo
que me deja tirado debajo de la cama
o con muchas horas a cuestas, sin sueño,
y una imagen deseada que no es
la suma de las partes perfectas.
Tu hechizo no tiene nombre todavía,
a pesar de todos esos cuerpos tuyos
que con pasión y ya de madrugada,
he tocado y he bebido
y por los cuales piensas que vale la pena
vivir la vida que llevas
tan lejos de la muerte, tan cerca de la dicha.
Pero alguna de estas noches, Belleza,
te daré el nombre que me falta
o quién sabe, tal vez, quieras tú seguir dándome
los nombres que ya tienes
y que ahora oigo tocar a la puerta, uno a uno,
en un desfile que no acaba.
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